No recuerdo exactamente cuántos años tenía, pero probablemente menos de diez. Era una fiesta escolar, pero como era un colegio orientado al deporte, la fiesta tuvo lugar en una pista de hielo.
Tuve muchísima suerte de tener a mi abuela, la mejor modista del mundo, a mi lado. Así que decidí que quería un mono para la ocasión.
La abuela creó algo precioso—de hecho, extraordinario. El mono, único en su clase. Me quedaba como un guante, hecho a medida para mí, con esa precisión y cariño que solo ella sabe poner en cada puntada. La tela era suave pero con cuerpo, permitiéndome moverme con libertad sobre el hielo y, al mismo tiempo, sentirme elegante sin esfuerzo.
Recuerdo el momento en que me lo puse—lo especial que me sentí, cómo me erguí un poco más, cómo no era solo un conjunto sino una declaración. Una declaración que decía: esta soy yo. No se parecía a nada de lo que llevaban los demás, y eso lo hacía aún mejor.
Aquella noche, mientras patinaba por la pista sintiéndome ligera e imparable, supe que la ropa podía ser mucho más que simples prendas. Podía guardar recuerdos, emociones, un sentimiento de pertenencia. Y este mono, creación de mi abuela, se convirtió en una parte de mi infancia que nunca llegaría a olvidar.
Pero el mono solo es una excusa—una puerta de entrada a esos recuerdos. Supongo que IRMA es mi forma de mirar atrás, una retrospectiva de estilo, de mi infancia. Es mi manera de conservar esa sensación de llevar algo que realmente me representa.
Quiero mantenerme fiel a mi visión del estilo: dejarme inspirar por el mundo que me rodea, pero nunca dejarme arrastrar por él. Para mí, la moda no tiene que ver con tendencias o influencias pasajeras. Es cuestión de identidad, de saber quién eres y lucirlo con tranquila confianza.